ANÁLISIS TRANSACCIONAL SOBRE LA PROBLEMÁTICA GEOPOLÍTICA ACTUAL EN EL CARIBE

Cambiando de plano en cuanto a la perspectiva de ver la problemática geopolítica actual en el Caribe, podemos concluir que ya no se trata de derecho, ni siquiera de política, sino de arquitectura transaccional. Desde esa perspectiva —y siendo rigurosos— la solución no es única ni inmediata, sino combinatoria y estructural.

En este marco, resulta pertinente advertir que cualquier desescalamiento efectivo de la tensión no puede comenzar en el plano político formal, sino en el terreno más silencioso y pragmático de la transacción. Antes de que existan condiciones para una negociación política explícita, es necesario que las partes ajusten, de manera tácita o técnica, los términos materiales del intercambio, los riesgos asumidos y los costos de la confrontación. Solo cuando la arquitectura transaccional alcanza un equilibrio mínimo —suficiente para reducir la incertidumbre y estabilizar los flujos— emerge el espacio para una negociación política posterior, que ya no busca gestionar la urgencia, sino consolidar lo que previamente ha sido funcionalmente ordenado. En este sentido, la negociación política no precede a la transaccional, sino que la corona, actuando como cierre de un proceso cuya viabilidad se define mucho antes, en el ámbito de los hechos económicos y operativos.

El punto de partida: la interdicción como distorsión de la transacción

La interdicción en altamar no busca detener barcos; busca romper la transacción. Su objetivo real es introducir incertidumbre jurídica, financiera y aseguradora suficiente para que el negocio deje de ser viable, aun cuando el petróleo exista, el comprador exista y la necesidad energética sea real.

Desde el punto de vista transaccional, Venezuela enfrenta un sobrecosto artificial de riesgo, no una imposibilidad material de vender.

Por tanto, la salida no pasa por “evitar” la interdicción, sino por reconfigurar la transacción para que la interdicción pierda eficacia económica.

La lógica de la salida: desplazar el momento vulnerable

El talón de Aquiles de la exportación venezolana es el momento puntual y visible de la compraventa: un buque, un cargamento, un seguro, un pago.

La solución transaccional consiste en difuminar ese momento, transformando la venta puntual en una relación económica prolongada, financieramente estructurada, donde el crudo es solo un insumo dentro de un flujo mayor.

Cuando no hay “acto único” sobre que bloquear, la coerción pierde precisión.

Primera vía: sustituir la venta spot por esquemas de prefinanciamiento y repago en especie

Desde una óptica estrictamente comercial, la venta spot es el formato más vulnerable.
La alternativa es avanzar hacia pre-financiamientos estructurados, donde:

El comprador o un tercero financia proyectos, infraestructura, logística o suministro, y el repago se realiza en petróleo a lo largo del tiempo.

Aquí, el crudo no se vende en cada embarque; se entrega como cumplimiento de una obligación financiera preexistente.

Transaccionalmente, esto cambia todo: el pago ya ocurrió, el riesgo se distribuye, el incentivo a la interdicción disminuye, y la presión se traslada fuera del ámbito marítimo inmediato.

Segunda vía: fragmentar la cadena de valor y la titularidad

Otra salida clave es separar titularidad, transporte y pago.

Cuando el vendedor, el armador y el financiador coinciden o son fácilmente identificables, la operación es frágil. Cuando cada eslabón responde a jurisdicciones, contratos y calendarios distintos, la interdicción se vuelve costosa y jurídicamente confusa.

Esto implica aceptar una verdad incómoda: la eficiencia máxima no es compatible con la resiliencia máxima. La salida transaccional privilegia la robustez sobre la simplicidad.

Tercera vía: convertir el petróleo en colateral, no en mercancía

Desde un enfoque financiero, el petróleo puede dejar de ser tratado como un bien a vender y pasar a ser un activo de respaldo.

El crudo garantiza: deuda, suministro, inversiones y acuerdos de largo plazo.

En este esquema, interdictar un cargamento no detiene la transacción; apenas afecta un flujo dentro de un acuerdo mayor, muchas veces con múltiples actores y jurisdicciones.

Aquí es donde figuras como SPV, trusts comerciales, fondos de compensación o acuerdos marco adquieren relevancia real.

Cuarta vía: trasladar el riesgo al precio… conscientemente

Una salida transaccional honesta reconoce que el riesgo no desaparece; no se elimina, sino que se gestiona e integra de forma ordenada dentro de la estructura transaccional.

Venezuela ya vende con descuento. La cuestión es ordenar ese descuento, hacerlo transparente, estable y contractualmente asumido, en lugar de dejar que sea impuesto arbitrariamente por aseguradores o intermediarios.

Un riesgo explícito es gestionable. Un riesgo difuso es paralizante.

Quinta vía: reducir la dependencia del sistema financiero hostil, no del comercio global

Desde el punto de vista transaccional, el problema no es comerciar con el mundo, sino cómo se canalizan los pagos, seguros y coberturas.

La salida no es el aislamiento, sino la diversificación funcional: bancos fuera del circuito sancionador, monedas alternativas, compensaciones cruzadas y clearing no centralizado.

No se trata de desafiar el sistema, sino de no depender de un solo cuello de botella.

La sexta vía: una transacción política de desescalamiento controlado

Desde una perspectiva estrictamente transaccional, la relación entre Estados Unidos y Venezuela nunca ha sido de todo o nada, sino de tensión administrada. Incluso en los momentos de mayor confrontación, han existido canales funcionales donde el interés material se impuso al discurso.

Esta sexta vía no consiste en una reconciliación política, ni en el levantamiento pleno de sanciones, ni en el reconocimiento mutuo de legitimidades. Consiste en algo mucho más limitado y, por ello, más realista: un acuerdo de contención recíproca, donde cada parte obtiene algo concreto y verificable, y renuncia a escalar en áreas que resultan costosas para ambos.

La lógica subyacente: la interdicción también tiene costos para EE. UU.

Se debe entender que la interdicción no es gratuita para quien la ejerce; Estados Unidos asume costos cuando: erosiona principios que dice defender, como la libertad de navegación, tensiona relaciones con Estados terceros cuyas banderas o armadores se ven afectados, introduce inestabilidad adicional en mercados energéticos sensibles, y empuja a Venezuela hacia arquitecturas comerciales más opacas y menos controlables.

Desde esta óptica, una interdicción descontrolada no es necesariamente el escenario óptimo para Washington, especialmente si el objetivo no es la asfixia total, sino la gestión del comportamiento venezolano.

Qué forma tomaría esta vía política (y qué no)

Esta sexta vía no se expresaría como un tratado, ni como un gran anuncio diplomático, sino que sería, más bien, un entendimiento operativo, posiblemente tácito o fragmentado, con características como estas:

Estados Unidos modera o desincentiva interdicciones activas en altamar que involucren crudo venezolano, especialmente cuando afectan a terceros países o actores privados relevantes.

Venezuela, por su parte, acepta ciertos límites prácticos en volumen, destinos, mecanismos financieros o transparencia mínima, sin que ello implique una capitulación política ni un alineamiento estratégico.

El intercambio no es ideológico; es funcional. No se negocian valores, se negocian riesgos y costos.

El antecedente existe: licencias, excepciones y ventanas tácticas

Esta vía no es teórica, ya ha existido bajo la forma de licencias específicas a empresas energéticas, flexibilizaciones temporales y reversibles, tolerancia selectiva a ciertas exportaciones y acuerdos silenciosos de “no interferencia activa”.

Desde el punto de vista transaccional, esto demuestra algo importante, que Estados Unidos pudiera no buscar estrictamente ni necesariamente, impedir todo flujo, sino controlar su forma, su visibilidad y su impacto político.

El límite de esta vía: su fragilidad estructural

Aquí está el punto crítico: esta sexta vía no sustituye a las cinco anteriores; las complementa, pero no puede ser la base única de la estrategia venezolana.

¿Por qué? Porque es reversible, dependiente del ciclo político estadounidense, vulnerable a cambios de administración o de prioridades geopolíticas, y altamente sensible a eventos externos.

Desde una perspectiva transaccional seria, esta vía no elimina el riesgo, solo lo reduce temporalmente.

El verdadero valor de la vía política

Su valor no está en resolver el conflicto, sino en ganar tiempo y espacio operativo; Tiempo para: reestructurar contratos, adaptar flotas y seguros, consolidar compradores alternativos, y profundizar las otras cinco vías estructurales y Espacio para disminuir la presión inmediata, reducir la probabilidad de interdicciones visibles, y evitar escaladas innecesarias.

Conclusión honesta

Sí, existe una sexta vía política entre EE. UU. y Venezuela, pero no es una salida definitiva, sino un mecanismo de amortiguación.

Desde una perspectiva transaccional madura, la estrategia óptima sería: usar la vía política para reducir fricción, mientras se construyen vías estructurales que no dependan de ella, Confiar solo en la política es vulnerable, Ignorarla por completo es innecesariamente costoso.

El equilibrio está en negociar sin depender. Aquí ya estamos en el terreno más delicado: la transacción política como gestión del riesgo, no como solución moral.

La clave conceptual de la salida

Desde una perspectiva transaccional, la salida para Venezuela no es política ni jurídica, aunque ambas sean necesarias como marco.

Es arquitectónica.

La interdicción funciona cuando la transacción es: visible, puntual, simple, y lineal.

Fracasa cuando la transacción es: prolongada, fragmentada, financieramente estructurada, y jurídicamente distribuida.

SOBRE LA ESTRATEGIA DE SEGURIDAD NACIONAL DE LA CASA BLANCA, VISIÓN TRANSACCIONAL Y NACIONALISTA DEL MUNDO

Según un laureado economista Paul Krugman[1], entrevistado por Martin Wolf,[2] del Financial Times, sobre la estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca[3], expone que, Las relaciones internacionales se conciben en términos de poder, soberanía y beneficios inmediatos, no de cooperación a largo plazo.

Esta cita es muy pertinente y encaja casi de forma natural con todo lo que hemos venido desarrollando. lo relevante es el marco analítico que describen: una visión transaccional y nacionalista de la seguridad y de las relaciones internacionales.

Vamos a analizarlo conectándolo explícitamente con el tema de la interdicción marítima, la persistencia de la excepción y la arquitectura transaccional, porque ahí es donde el planteamiento cobra todo su sentido.

El giro conceptual: del orden cooperativo al cálculo de poder inmediato

La afirmación de que las relaciones internacionales se conciben en términos de poder, soberanía y beneficios inmediatos, y no de cooperación a largo plazo, describe un cambio de paradigma, no una anomalía coyuntural.

Durante décadas, el discurso dominante —especialmente tras la Guerra Fría— fue el de un orden basado en reglas, instituciones multilaterales y beneficios compartidos en el tiempo. Sin embargo, lo que Wolf y Krugman señalan es que, en la práctica, ese discurso ha sido subordinado a un cálculo transaccional de corto plazo, donde cada relación se evalúa como si fuera un balance comercial o un intercambio puntual de ventajas.

Este giro explica por qué instrumentos que antes se consideraban excepcionales —sanciones, interdicciones, coerción económica— se normalizan como herramientas ordinarias de política exterior.

La interdicción marítima como expresión de esa visión

Desde esta óptica, la interdicción marítima deja de ser una desviación del orden jurídico y pasa a ser un mecanismo coherente con una visión transaccional del mundo.

Si las relaciones internacionales no se conciben como un juego cooperativo de largo plazo, sino como una suma de transacciones donde importa el beneficio inmediato y la demostración de poder, entonces la libertad de navegación se vuelve contingente, la neutralidad comercial se relativiza, y el derecho internacional se interpreta de manera instrumental.

Esto es exactamente lo que hemos descrito como la persistencia de la excepción; no se deroga la norma, pero se la suspende selectivamente cuando interfiere con un objetivo inmediato.

Coincidencia con el diagnóstico transaccional que previamente se expone

Aquí hay una convergencia muy clara con el documento previo.

Cuando se afirma que el problema ya no es de derecho ni siquiera de política, sino de arquitectura transaccional, estás describiendo el mismo fenómeno desde otro ángulo:
el sistema ya no se organiza alrededor de compromisos duraderos, sino de intercambios asimétricos gestionados bajo presión.

En ese contexto, la cooperación a largo plazo pierde centralidad porque no maximiza el control inmediato, mientras que la coerción selectiva sí lo hace.

El efecto sistémico: erosión sin ruptura

Un punto clave del análisis de Wolf y Krugman es que esta visión no destruye el orden internacional de forma abierta; lo erosiona gradualmente. No hay una declaración formal de que la libertad de navegación ya no importa. Simplemente se actúa como si fuera negociable. No se rechaza el multilateralismo. Se lo utiliza cuando conviene y se lo ignora cuando estorba.

Esto explica por qué prácticas como la interdicción generan tanta inseguridad jurídica: no hay una nueva regla clara, sino una zona gris permanente, que favorece al actor con mayor poder.

Implicaciones para Estados como Venezuela

Para un Estado en la posición de Venezuela, esta visión transaccional y nacionalista del mundo tiene una consecuencia decisiva: apelar exclusivamente al derecho o a la cooperación ya no es suficiente. No porque el derecho haya dejado de existir, sino porque ya no es el lenguaje dominante del poder.

De ahí que el enfoque —reconfigurar la transacción, diluir el momento vulnerable, redistribuir el riesgo— sea coherente con la realidad descrita por Wolf y Krugman. No es cinismo; es lectura estructural del sistema.

La paradoja final

La paradoja que emerge —y que da profundidad a este análisis— es esta: Quienes más invocan un “orden basado en reglas” son, a menudo, quienes operan de forma más transaccional y excepcional cuando sus intereses inmediatos están en juego. Esto no invalida el derecho internacional; lo convierte en campo de disputa, no en árbitro automático.

Conclusión integradora

El planteamiento de Wolf y Krugman no contradice este análisis; lo confirma desde la economía política. Describe un mundo donde el poder precede a la norma, la transacción precede a la política, y la cooperación solo emerge cuando el equilibrio material ya ha sido ajustado.

En ese mundo, la tarea no es lamentar la pérdida del ideal cooperativo, sino diseñar estrategias que sobrevivan en un entorno transaccional, sin renunciar al derecho, pero sin depender ingenuamente de él.

Conclusión franca

La amenaza que se cierne sobre Venezuela no es la interdicción en sí, sino la persistencia de un modelo transaccional vulnerable. La salida no es confrontar el poder, sino hacer que su herramienta pierda eficacia económica. Cuando interdictar deja de ser rentable, deja de ser práctica.

JULIO ALBERTO PEÑA ACEVEDO

Caracas, 14 de diciembre de 2025


[1] Paul Robin Krugman es un economista estadounidense laureado con el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel.

[2] Martin Harry Wolf es un periodista británico especializado en economía. Es editor asociado y principal comentarista económico del Financial Times.

[3] El 4 de diciembre de 2025, el presidente Donald Trump publicó la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, que según su administración constituía «una hoja de ruta para garantizar que Estados Unidos siga siendo la nación más grande y exitosa de la historia de la humanidad y el hogar de la libertad en la Tierra». El documento priorizó sus políticas de «América Primero «, afirmando: «Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero era lo mejor para nuestro país.

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Consultor marítimo-Portuario
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